COMO NO MATAR A ARELLYS, A KEISHLA Y A ANDREA MUCHAS VECES*

Por Samuel Silva Gotay, Profesor Distinguido, Retirado de la UPR

(Escrito publicado en El Nuevo Día el domingo, 14 de noviembre de 2021)

El artículo de Mariella Fullana Acosta publicado por El Nuevo Día a principios del mes de mayo, menciona algunas de las vacas sagradas de los medios en Puerto Rico –sobre los que nadie se atreve hablar– que impunemente presentan las mujeres como un mero juguete para el entretenimiento de los varones. Se ha dicho que este tipo de hipersexualidad puede llevar al abuso sexual y los crímenes de odio y de pareja.  No trabajar este asunto, dejaría un hueco en las expiaciones necesarias para confrontar este problema del abuso de la mujer.  

      El artículo menciona la opinión de la antropóloga y profesora de la Universidad Estatal de San Francisco, Bárbara Abadía Rexach, entes colega en nuestra Facultad de Ciencias Sociales, quien cita uno de nuestros famosos programas de televisión, que usa la mujer como un juguete sexual de los hombres como trama de las comedias, sin ningún reparo ético. Sus comentarios abren a discusión la cuestión de la violencia contra la mujer como cultura. Esto nos lleva a pensar en el período de la formación de la cabeza del victimario y de la víctima antes que ocurra el abuso sexual, o el asesinato. Nos lleva a la prevención, a la construcción de la de la contracultura de la violencia, la cultura de paz, la del respeto a las mujeres y sus derechos, a entender el carácter sagrado de la vida.  No podemos seguir dejando el esfuerzo para después de la muerte de la víctima, ni reclamándole a las cortes y al Estado, lo que no hicimos para que no ocurriera. 

          La violencia es cultura, es respuesta aprendida ante los estímulos que la provocan, a diferencia de otras respuestas, que personas que han sido sometidas a otro aprendizaje, poseen. Respuestas ambas, aprendidas, según nos dicen los científicos sociales. Por cultura, nos referimos a las concepciones del mundo y a los principios éticos que rigen las formas de conducta prevaleciente en una sociedad dada en un momento dado, que incluye, los modos de reproducir la vida material, las maneras de celebrar la vida y los modos de trasmitir esa cultura a las nuevas generaciones.   Los principios y valores que rigen la conducta moral en la convivencia con los demás seres humanos constituyen el sistema de importancias que garantizará o no, la vida respetuosa entre parejas y la vida solidaria entre ciudadanos para el funcionamiento de una sociedad justa y fraterna.  La cuestión de la ética y la moral aplicado a la sexualidad, no son solo asuntos religiosos, son asuntos culturales y políticos fundamentales para la preservación de la vida en sociedad. Son condiciones importantes, para tener en cuenta para construir la vida buena y para mantener a raya las actitudes y actos antivida.  Pero la cultura no es homogénea. Hay actividades sociales y económicas, como también sectores sociales, donde prevalece una valoración que resulta en una cultura que privilegia el dominio, el abuso y la violencia, o peor aún, que promueve la ambigüedad e indiferencia ante esto y, en consecuencia, termina invisibilizando y facilitando la violencia y la muerte. Ambas culturas conviven en la vida cotidiana en nuestra sociedad. 

          En el artículo al que me refiero, la antropóloga señala la responsabilidad de los directores de los medios, radio y televisión “que usan la violencia machista para provocar la risa”.  El programa que menciona, predica que las mujeres casadas son presas fáciles para ser llevadas a la infidelidad y presenta a las demás, como mujeres que están disponibles al antojo de los varones. Semana tras semana el imaginario de la mujer devaluada va formación la cultura del televidente que no tenga una contracultura alternativa para contrastar ese mensaje a su subconsciente. La mujer no forma parte del sistema de valores a los cuales hay que guardar respetos. Como nos dicen los psicólogos que han estudiado el asunto, las defensas del objeto mujer para que se respete, se venere y se proteja, se desvanecen. En consecuencia, la devaluación contenida en el imaginario que se haya formado en la cabeza del televidente que no posea una contra cultura alternativa, se podrá activar contra la mujer para que, en un momento de crisis, este use la violencia sin freno psicológico alguno.  Aunque esa no es la intención del productor, sí es el resultado de su constante devaluación de la mujer al presentarla como mero juguete para el entretenimiento de los hombres. Aquí la mujer está desprovista de las defensas que proveen los respetos. En la psicología del televidente, ha ocurrido una “desconexión moral” con respecto al objeto mujer, cuya humanidad no se considera como valor supremo.  Todos esos programas de comedia, “alimentan las masculinidades tóxicas que hay que erradicar”, dice el artículo. A ese programa mencionado, habrá que añadir muchos otros ejemplos, como lo son la letra de las canciones del reguetón y series como Games of Thrones, sobre los que no tenemos espacio para analizar aquí. Un editorial publicado recientemente en El Nuevo Día relata que en el año 2020 se registraron 655 delitos sexuales, reportados mayormente contra las mujeres, particularmente, niñas y jovencitas.  La antropóloga insiste en que, ante la seriedad de la situación, debería ser responsabilidad de los administradores de los medios, tomarse la iniciativa para “autoevaluarse y decir, nos hemos equivocado históricamente y ya queremos detener el error”.

          Los asesinatos de Arellys, Keishla, Andrea y las otras mujeres son manifestación de la crisis de la cultura puertorriqueña que, aunque no está desvinculada de la crisis de la cultura en el mundo entero, nos toca a nosotros arreglarla, porque es nuestra propia parcela. Todos los amigos y los enemigos de los principios éticos por los que se promueve la vida se encuentran en el problema de la cultura. Por el hecho de que todos llevamos la cultura en la cabeza y el corazón, es importante asegurarnos de que nuestros niños y jóvenes esté expuestos a experiencias culturales que generan respeto y amor a los demás y no a experiencias que promueven el uso y abuso del otro y de la otra para nuestro propio goce y provecho, sin el respeto al valor del otro. Solo así podremos construir una sociedad justa y fraterna, para evitar que sigan matando a Arellys, Keishla y a Andrea.